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La mejor lección de la polémica de FaceApp

 

La aplicación que ha provocado una gran disputa la última semana es una prueba de cómo cambia nuestra percepción de la privacidad

 

La noche del 15 de julio, el programador Joshua Nozzi se fue a dormir enfadado en su casa en Virginia (Estados Unidos). Poco antes de las 11 de la noche había tuiteado sobre una aplicación que había robado todas las fotos de su móvil sin preguntar: «Id con cuidado con FaceApp, la app de moda que te envejece la cara. Inmediatamente sube tus fotos sin preguntar, lo escojas o no», escribió. Eso es lo que, en una primera impresión, le pareció que sucedía.

La mejor lección de la polémica de FaceApp

A la mañana siguiente, su tuit se había viralizado y estaba por todas partes, sobre todo en algunas webs digitales populares. Otro ejemplo de que un mensaje escrito sin pensar demasiado puede acabar desencadenando tornados imprevistos.

Todo había empezado unos días antes. Entre el 12 y 13 de julio empezaron a subir las búsquedas globales de FaceApp en Google, según Google Trends. La aplicación, creada en enero de 2017, llevaba meses sin que nadie le prestara mucha atención. Se había ido actualizando una o dos veces al mes sin que ocurriera nada especial.

Una búsqueda de FaceApp en Google el 12 de julio devolvía contenidos discretos: la noticia de la última actualización en una web secundaria de Android, una página de Google Play… nada especial.

La ‘app’, creada en enero de 2017, llevaba meses sin que nadie le prestara mucha atención

Durante los dos o tres días siguientes empezaron, sin embargo, a aparecer galerías de fotos en páginas menores: «mira estos futbolistas de viejos», o estas estrellas de Hollywood. La búsqueda en Google día a día permite ver el inicio de una tempestad: unas gotitas, unas gotazas, cada vez más, hasta que llueve a mares.

El día 15 de julio, los mensajes eran más llamativos: «Mira qué divertida esta app, verás qué viejo estás». Ese mismo día algunos contenidos ya llevaban el verbo «advertir». Había un lado oscuro: aparecía una de las palabras que iba a marcar la cobertura de FaceApp: Rusia. Resulta que los desarrolladores estaban en San Petersburgo.

La mezcla de los rusos con el robo de fotografías pregonado por Nozzi provocó el fenómeno viral perfecto. El miércoles 17 fue el día de la explosión. Miles de artículos en todas partes, el Partido Demócrata estadounidense que pide que en sus campañas presidenciales que no se use FaceApp y que si se ha usado, que se borren las fotos. El senador Chuck Schumer pidió en una carta al FBI que investigara la aplicación.

¿Podía ser posible que una app repentinamente se convirtiera en el foco del peligro mundial en Internet? Por poder, podía ser. Esa es la lección: la desconfianza de los usuarios ante empresas que ofrecen servicios en Internet es mayor que hace unos años. Los propietarios de móviles siguen queriéndose ver envejecidos y no van, de momento, a renunciar al placer de hacerlo desde su dispositivo. Pero también ha calado la sensación de que todo eso que es tan fácil, quizá tiene un precio demasiado incómodo.

«Podrán hacerse miles de artículos en prensa. Uno por cada app si se lo proponen. Pero el reto es entender el panorama, las interconexiones y dinámicas entre apps y la industria de los datos. El resto son anécdotas y casos aislados de un problema mayor», dice Narseo Vallina, profesor de Imdea Networks (Leganés, Madrid) y miembro del proyecto AppCensus.

Cada aplicación que instalamos en el móvil es una posible vulnerabilidad nueva. FaceApp fue una falsa alarma, pero no ha sido la primera. Fue como abrir una ventana a un panorama sucio donde la privacidad de los usuarios es la última prioridad.

El desarrollador Nozzi pidió perdón en su blog dos días después por su reacción exagerada al ver que algo ocurría en su móvil sin saber qué: «Me equivoqué sobre lo que creía que la app hacía, y me equivoqué al colgar la acusación sin haberlo comprobado antes», explica. Acabó por borrar los tuits.

Otros han hecho comprobaciones desde entonces. Por ejemplo, Joel Reardon, profesor asociado de la Universidad de Calgary (Canadá): «He mirado su tráfico y se porta mejor que muchas otras apps en relación al número de trackers y acceso a recursos sensibles», dice. «Su lenguaje en las políticas de privacidad es exagerado, pero también es bastante estándar para la industria, desafortunadamente», añade.

 

Una buena comparación es que en agosto de 2017 ya hubo una polémica por FaceApp. Pero no fue por privacidad, sino porque permitía convertirte en negro u otras razas. La compañía retiró esos filtros raciales y siguió permitiendo que la gente se viera de vieja o de joven. Ahora, eso sí, funciona mucho mejor.

La polémica actual va más al corazón del sistema de privacidad. En su respuesta oficial, FaceApp se defendió diciendo que las funciones pueden emplearse sin que el usuario deba identificarse: «Así que no tenemos acceso a ningún dato que pueda identificar a una persona». Es un ejemplo de cómo el lenguaje de este ecosistema engaña más que ayuda. En su política de privacidad, FaceApp dice en cambio que cuando se usa la aplicación, podemos acceder, recoger, monitorizar, almacenar en el dispositivo o remotamente uno o más ‘identificadores de dispositivo». ¿No son capaces luego de asociar ese «dispositivo identificado» a su propietario? No parece difícil.

Al menos ahora los usuarios son más conscientes de que las decisiones que tomen con un móvil son el mayor riesgo de seguridad al que se enfrentan. Es una buena lección de FaceApp.

 

Fuente: Elpais.com

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